Por Mónica Vidal
Anoche parecía una loca. Alguien que no puede pensar. Alguien que desde lo más profundo de si le salió rabia, mucha rabia. Y al parecer por una tontería.
Hace unos tres años en una exposición sobre mitos y leyendas que hicieron unos adolescentes de cursos más avanzados, mis hijos conocieron a La Llorona Loca. Es un personaje que nos acompaña cada noche desde hace tres años. Desde que llega la noche Valeria, de 7 años ya, sigue siendo incapaz de estar a más de 10 metros de donde yo estoy. La Llorona Loca ha pasado por consultorios psicológicos (donde de paso me dijeron, nuevamente, que no está bien que duerma con nosotros, que afecta su independencia y seguridad, que afecta la relación de pareja etc.) Hemos intentado que los miedos se vayan con homeopatía y esencias florales. Que se cierren los canales que le permiten estar abierta al “más allá”. Nada. Lo único que funciona es que Valeria duerma junto a mí, en mi cama, preferiblemente en medio de papá y mamá. De paso les cuento que, por dos meses pasé a Valeria a su cuarto cada noche (que se quede dormida ahí es francamente una lucha que no estoy dispuesta a pelear en este momento) y mi relación en pareja no cambió ni en lo más mínimo.
Bueno, la relación de Fabián Esteban con la Llorona Loca es un poco más morbosa. Le gusta ver y leer historias sobre ella. Le gusta asustar a su hermana hablando del tema. Por lo general no lo afecta mucho, se le olvida al rato, a no ser que el tema se toque cerca de la hora de dormir. Si es así le cuesta quedarse dormido, tiene pesadillas.
Anoche no sé cómo llegó a las conversaciones nocturnas. Valeria estaba pegada a mí como chicle. Dice que la vio en la sala en forma de luz. Yo me esfuerzo por no negar lo que mis hijos ven o creen. Les doy mi postura, les digo que yo no creo que La Llorona exista, que creo que es un cuento que se inventaron unos adultos tontos para asustar a los niños y que no salieran de su casa en las noches. Que no estoy segura de la existencia de los fantasmas (o los paranormales como los llama últimamente Fabián Esteban), y si es que existen, no creo puedan hacer daño físico a las personas, mucho menos robarlos. Le dejé claro a Valeria: “Yo no veo a la Llorona, pero vamos a donde está y hablaré con ella”. Fuimos a la sala, al parecer ya no estaba ahí. Le dije: “Llorona, si estás ahí quiero que te vayas, esta es mi casa y aquí no eres bienvenida. Vete.”. Luego traté de contar historias “bonitas”, les hice varias meditaciones guiadas porque me lo pidieron y las disfrutan. Fabián Esteban se fue a su cama a dormir y a los pocos minutos lo oí lloriquear por miedo a La Llorona.
Algo animalesco salió de mi. Me acerqué al cuarto de Fabián Esteban con gruñidos animales que, por supuesto, aumentaron más su miedo. El creyó que era La Llorona que se acercaba a atacarlo. Lancé con fuerza hacia una pared el libro que tenía en la mano, casi le pego a Valeria. Grité desde lo más profundo de mí. “¡Estoy harta! Quiero que La Llorona Loca salga de esta familia. No quiero que se nombre más. Quiero que teman a algo real. ¡Yo soy real! ¡Témanme a mí! No teman a ese personaje que se unos inventaron adultos tontos. ¡Témanme a mí que soy real!”. Valeria trata de contenerme en ese momento y en momentos así. La ignoro y en ese momento soy consciente que me molesta que se porte como “la adulta” de la familia, que intente contenerme, sigo gritando como loca. Sigo molesta con Valeria por tomar un rol que no es el suyo. Ella no es mi madre. No se lo he pedido. No necesito contención, necesito expresar esa molestia que lleva tanto tiempo inexpresada. Sé que no es la manera correcta de expresar mis molestias. Sé que lo que hice bien puede ser maltrato. Sé que mi reacción no es una reacción consciente. Es lo que hay. Es la mamá que fui anoche.
Y aquí estoy hoy tratando de nombrar lo innombrable.