viernes, 23 de noviembre de 2012

Mi nombrar lo innombrable


Por Mónica Vidal

Anoche parecía una loca. Alguien que no puede pensar. Alguien que desde lo más profundo de si le salió rabia, mucha rabia. Y al parecer por una tontería.
Hace unos tres años en una exposición sobre mitos y leyendas  que hicieron unos adolescentes de cursos más avanzados, mis hijos conocieron a La Llorona Loca. Es un personaje que nos acompaña cada noche desde hace tres años. Desde que llega la noche Valeria, de 7 años ya, sigue siendo incapaz de estar a más de 10 metros de donde yo estoy. La Llorona Loca ha pasado por consultorios psicológicos (donde de paso me dijeron, nuevamente, que no está bien que duerma con nosotros, que afecta su independencia y seguridad, que afecta la relación de pareja etc.) Hemos intentado que los miedos se vayan con homeopatía y esencias florales. Que se cierren los canales que le permiten estar abierta al “más allá”. Nada. Lo único que funciona es que Valeria duerma junto a mí, en mi cama, preferiblemente en medio de papá y mamá. De paso les cuento que, por dos meses pasé a Valeria a su cuarto cada noche (que se quede dormida ahí es francamente una lucha que no estoy dispuesta a pelear en este momento) y mi relación en pareja no cambió ni en lo más mínimo.
Bueno, la relación de Fabián Esteban con la Llorona Loca es un poco más morbosa. Le gusta ver y leer historias sobre ella. Le gusta asustar a su hermana hablando del tema. Por lo general no lo afecta mucho, se le olvida al rato, a no ser que el tema se toque cerca de la hora de dormir. Si es así le cuesta quedarse dormido, tiene pesadillas.
Anoche no sé cómo llegó a las conversaciones nocturnas. Valeria estaba pegada a mí como chicle. Dice que la vio en la sala en forma de luz. Yo me esfuerzo por no negar lo que mis hijos ven o creen. Les doy mi postura, les digo que yo no creo que La Llorona exista, que creo que es un cuento que se inventaron unos adultos tontos para asustar a los niños y que no salieran de su casa en las noches. Que no estoy segura de la existencia de los fantasmas (o los paranormales como los llama últimamente Fabián Esteban), y si es que existen, no creo puedan hacer daño físico a las personas, mucho menos robarlos. Le dejé claro a Valeria: “Yo no veo a la Llorona, pero vamos a donde está y hablaré con ella”. Fuimos a la sala, al parecer ya no estaba ahí. Le dije: “Llorona, si estás ahí quiero que te vayas, esta es mi casa y aquí no eres bienvenida. Vete.”. Luego traté de contar historias “bonitas”, les hice varias meditaciones guiadas porque me lo pidieron y las disfrutan. Fabián Esteban se fue a su cama a dormir y a los pocos minutos lo oí lloriquear por miedo a La Llorona.
Algo animalesco salió de mi. Me acerqué al cuarto de Fabián Esteban con gruñidos animales que, por supuesto, aumentaron más su miedo. El creyó que era La Llorona que se acercaba a atacarlo. Lancé con fuerza hacia una pared el libro que tenía en la mano, casi le pego a Valeria. Grité desde lo más profundo de mí. “¡Estoy harta! Quiero que La Llorona Loca salga de esta familia. No quiero que se nombre más. Quiero que teman a algo real. ¡Yo soy real! ¡Témanme a mí! No teman a ese personaje que se unos inventaron adultos tontos. ¡Témanme a mí que soy real!”. Valeria trata de contenerme en ese momento y en momentos así. La ignoro y en ese momento soy consciente que me molesta que se porte como “la adulta” de la familia, que intente contenerme, sigo gritando como loca. Sigo molesta con Valeria por tomar un rol que no es el suyo. Ella no es mi madre. No se lo he pedido. No necesito contención, necesito expresar esa molestia que lleva tanto tiempo inexpresada. Sé que no es la manera correcta de expresar mis molestias. Sé que lo que hice bien puede ser maltrato. Sé que mi reacción no es una reacción consciente. Es lo que hay. Es la mamá que fui anoche.
Y aquí estoy hoy tratando de nombrar lo innombrable.

martes, 6 de marzo de 2012

Las noches con Eloísa


Tres de la mañana y Eloísa llora desconsolada, después de dos meses de cumplir el sueño de todo padre: Pasar derecho. Es gripa? Son gases? Tal vez la luna llena? Muchos estímulos en el día? El cansancio es extremo, y los gritos no paran… ¿y si le doy comida?... no porque se mal acostumbra. Mejor dejarla llorar, así aprende.  Y los gritos siguen. Al final tetero en brazos y por fin llega el consuelo.
Entre miles de voces, lo que a veces creo que es instinto o tal vez desesperación, no sé muy bien, encuentro las respuestas que ningún libro, o especialista ha sabido darme con precisión. Así noche tras noche por fin me resigno a que Eloísa ha dejado de pasar lanoche, nadie sabe por qué, y vuelvo a aquellas noches de desvelo que muy pronto había creído superadas.
Son esas noches la gran sombra de la maternidad (y paternidad por supuesto!). De noche, aunque suene redundante, todo es más oscuro. No hay manera de imaginarse lo que significa un sueño constantemente interrumpido. Un bebé en brazos, o en la cuna, según lo que uno haya tomado como convicción, recordándole todo lo que se ha perdido por esto deser padre.
Eloísa llora y entre más se demore en volver a dormir, mayor la impotencia, rabia, cansancio, y ganas de que mágicamente desaparezca, por más prohibido que tengamos como padres decir semejante barbaridad.  Cuando ya son tantas las veces que se despierta, entonces ya paso es a la resignación, hasta por fin entender que no hay nada que hacer, ni teorías, ni métodos que valgan. Un bebé se despierta de noche. Muchas veces. Así están hechos, y tal vez esa sea una gran prueba para pasar desde el principio.
En esas noches todo es oscuro y surge lo más oscuro de uno. Mientras el mundo duerme uno está en su soledad enfrentando sus fantasmas. Eloísa se despierta, Nicolás intenta dormir para poder ir a trabajar, y yo me levanto al principio con amor materno, después con resignación, después por obligación y al final con rabia. Nicolás se va a dormir a otra parte y siento alivio por poder meter a Eloísa en la cama y no tener que ir a su cuarto, y también tristeza de ver que ese partir de Nico es una de las tantas maneras en que ahora estamos separados por la llegada de nuestra bebé. A veces siento envidia de verlo dormir mientras yo con los ojos entrecerrados busco el chupo que nos conceda unas cuantas horas desilencio. Me pregunto, nos preguntamos, cómo definir estos nuevos roles. Cómo es que un papá y una mamá de este siglo deben hacer las cosas. Entre culpas, exigencias, envidias, rabia, incomprensión, que son parte de esta oscuridad que surge, disputamos quién hace qué, cómo y por qué.
Las lágrimas no son sólo de Eloísa. Todos nos volvemos un poco niños que quieren ser abrazados y consolados. Pero a diferencia de ella, nosotros ya no podemos gritar. Dealguna manera ella también grita por nosotros. Finalmente decidimos que sí, que Nico tiene que dormir. Yo me hago cargo.
Eloísa duerme pero yo ya no puedo conciliar el sueño. Me pregunto como hace alguien para tener 10 hijos, 8, 4 o 2!  
Al fin caigo rendida y entre sueños de bebés y embarazos Eloísa despierta sonriente, lista para empezar un nuevo día. Mientras nosotros ojerosos, apenas podemos levantarnos de lacama.

El nacimiento de Eloísa



Un embarazo maravilloso; una preparación amorosa, dedicada; el sueño de un parto en casa, íntimo, respetuoso, consciente…
Llega la semana 40, y Eloísa todavía no da señales de querer nacer. Mi cuello de útero aún con 0% de borramiento, y el cansancio ya se hace notar. Eloísa, empieza a darme una de las grandes lecciones de mi vida. Todo parece indicar que su camino es diferente a mis expectativas.


Su tamaño ya es considerable y el parto en casa deja de ser una opción segura para las dos, pensamos si esperar un poco más, con el riesgo de que siga creciendo, o inducir el parto. Optamos por lo segundo creyendo que así disminuiremos las posibilidades de una césarea.
Ingresamos al hospital. El panorama cálido, íntimo, familiar se transforma en una fría sala, llena de aparatos amenazantes y luces artificiales. El ánimo empieza a decaer, y sé que tengo que hacer todo mi esfuerzo por aceptar las nuevas circunstancias y rendirme a lo que esta pasando.
Nicolás mi gran compañero, esta allí con su presencia y amor. Mi mente no deja de dar vueltas, pero ahí estoy con lo mejor de mí para darle la bienvenida a mi pequeña Eloísa. Empiezan los protocolos, monitoreos, goteos, inmovilidad, personal entrando y saliendo. Mi médico y matrona haciendo lo posible por cambiar un poco esquemas rígidos. Y así pasan 26 horas de contracciones que no acaban de establecerse, una cabecita que se niega a bajar y que solo presiona cuando estoy en posición vertical. Un cuello que no acaba de abrirse. 


Entre masajes, visualizaciones, movimientos limitados, mi cuerpo cansado me va pidiendo una tregua. Me resisto, me atemorizo, lucho con todas mis fuerzas, hasta que me doy cuenta que todo está más allá de mi voluntad. Con la perspectiva de una dilatación muy lejana, y de una bebé que no termina de encajar, decidimos una cesárea.
Y entonces aquella sala de partos se convierte en sala de cirugía, y con mis brazos atados, mitad de mi cuerpo inmóvil, personal ruidoso hablando de sus vidas privadas, encuentro un poco de extraño descanso.
Minutos después veo el cuerpecito de Eloísa salir de mi, y tras un escaso beso la veo salir con la tranquilidad de que Nicolás la acogerá en sus brazos. Imagino ese duro recibimiento para ella, sabiendo loque le espera y trato de mandarle todo mi amor con mi mente que es lo único que esta libre en ese momento.
Un rato después en la sala de recuperación llegan ella y Nico, mi corazón se llena y la abrazo con todo mi ser. Esta sanita, hermosa, todo es paz por un momento. En mi incomodidad, con medio cuerpo insensible intento ponerla en mi pecho y empieza a chupar con fuerza.
En esa incómoda posición creo que lo peor ya ha pasado. Una fría asesora de lactancia me da unas cuantas instrucciones, ve que Eloísa mama y se va.
Nos vamos al cuarto, es un día lluvioso, después de muchos meses de sequía y calor. Mi cuerpo empieza a despertar y la herida a doler recordándome todo lo que no fue. Me siento abatida, agotada, busco dentro de todo esto ese júbilo que debería estar sintiendo y no lo encuentro. Veo a mi pequeña, a mi Nico, a mi familia todos allí rodeándome de amor. Trato de enfocarme en todo lo bueno que me rodea, en la salud de Eloísa… Hay una sombra poderosa que inunda mi alma.
Aquellos dos días en el hospital pasan lentamente. Eloísa intentando mamar de un pezón plano un calostro escaso. Llora de hambre y yo de dolor por unos pezones sangrantes. Personas van y vienen preguntando como estoy, pero ninguna parece escuchar. Enfermeras insisten “tiene hambre”, me hacen las mismas preguntas una y otra vez, me ofrecen exámenes genéticos, que si el registro civil, que si las vacunas, que si hay que ponerla al sol. Un sol escondido en unas nubes oscuras como mi estado de ánimo. Primera noche, primer biberón. Al fin duerme tranquila, y nos da una tregua de 5 horas. Al día siguiente un poco de lo mismo. Un baño brusco, pinchazos para Eloísa porque “tu sangre y la de ella son incompatibles”.
Llega la noche, otro biberón, pregunto por la asesora de lactancia, “tienes que pedir una cita y venir”. Mis pezones cada vez más destrozados. Nicolás y mi familia a mi lado, acompañándome de la mejor manera posible, pero creo que nadie puede comprender del todo mi dolor.
Llega la hora de ir a casa. La pediatra pregunta hace cuanto no come, “hace 6 horas después de su ultimo biberón” Cara de alarma, llegan otros dos pediatras, “esto es muy grave” … otro biberón, otros pinchazos más, “la glucosa esta bien, pero en el limite inferior, si no sube se queda hospitalizada porque puede convulsionar y tener daño cerebral, además está amarilla, ¿la ha puesto al sol?”. Al final todo estaba bien, nos dan de alta…
Llegamos a casa al fin, con leche de formula para complementar mientras me baja la leche. Empiezan a aparecer sacaleches de todo tipo, pezoneras, cremas, aguas, hierbas, esencias, libros, asesoras y consejeras. 10 días después baja la leche abundante, mis pezones han sanado, y Eloísa ya no sabe succionar. Miles de intentos más y mis pezones empiezan a agrietarse, ella se frustra y entonces una vez más me rindo… Eloísa, niña de cesárea y biberón.

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