Un embarazo maravilloso; una preparación amorosa, dedicada; el sueño de un parto en casa, íntimo, respetuoso, consciente…
Llega la semana 40, y Eloísa todavía no da señales de querer nacer. Mi cuello de útero aún con 0% de borramiento, y el cansancio ya se hace notar. Eloísa, empieza a darme una de las grandes lecciones de mi vida. Todo parece indicar que su camino es diferente a mis expectativas.
Su tamaño ya es considerable y el parto en casa deja de ser una opción segura para las dos, pensamos si esperar un poco más, con el riesgo de que siga creciendo, o inducir el parto. Optamos por lo segundo creyendo que así disminuiremos las posibilidades de una césarea.
Ingresamos al hospital. El panorama cálido, íntimo, familiar se transforma en una fría sala, llena de aparatos amenazantes y luces artificiales. El ánimo empieza a decaer, y sé que tengo que hacer todo mi esfuerzo por aceptar las nuevas circunstancias y rendirme a lo que esta pasando.
Nicolás mi gran compañero, esta allí con su presencia y amor. Mi mente no deja de dar vueltas, pero ahí estoy con lo mejor de mí para darle la bienvenida a mi pequeña Eloísa. Empiezan los protocolos, monitoreos, goteos, inmovilidad, personal entrando y saliendo. Mi médico y matrona haciendo lo posible por cambiar un poco esquemas rígidos. Y así pasan 26 horas de contracciones que no acaban de establecerse, una cabecita que se niega a bajar y que solo presiona cuando estoy en posición vertical. Un cuello que no acaba de abrirse.
Entre masajes, visualizaciones, movimientos limitados, mi cuerpo cansado me va pidiendo una tregua. Me resisto, me atemorizo, lucho con todas mis fuerzas, hasta que me doy cuenta que todo está más allá de mi voluntad. Con la perspectiva de una dilatación muy lejana, y de una bebé que no termina de encajar, decidimos una cesárea.
Y entonces aquella sala de partos se convierte en sala de cirugía, y con mis brazos atados, mitad de mi cuerpo inmóvil, personal ruidoso hablando de sus vidas privadas, encuentro un poco de extraño descanso.
Minutos después veo el cuerpecito de Eloísa salir de mi, y tras un escaso beso la veo salir con la tranquilidad de que Nicolás la acogerá en sus brazos. Imagino ese duro recibimiento para ella, sabiendo loque le espera y trato de mandarle todo mi amor con mi mente que es lo único que esta libre en ese momento.
Un rato después en la sala de recuperación llegan ella y Nico, mi corazón se llena y la abrazo con todo mi ser. Esta sanita, hermosa, todo es paz por un momento. En mi incomodidad, con medio cuerpo insensible intento ponerla en mi pecho y empieza a chupar con fuerza.
En esa incómoda posición creo que lo peor ya ha pasado. Una fría asesora de lactancia me da unas cuantas instrucciones, ve que Eloísa mama y se va.
Nos vamos al cuarto, es un día lluvioso, después de muchos meses de sequía y calor. Mi cuerpo empieza a despertar y la herida a doler recordándome todo lo que no fue. Me siento abatida, agotada, busco dentro de todo esto ese júbilo que debería estar sintiendo y no lo encuentro. Veo a mi pequeña, a mi Nico, a mi familia todos allí rodeándome de amor. Trato de enfocarme en todo lo bueno que me rodea, en la salud de Eloísa… Hay una sombra poderosa que inunda mi alma.
Aquellos dos días en el hospital pasan lentamente. Eloísa intentando mamar de un pezón plano un calostro escaso. Llora de hambre y yo de dolor por unos pezones sangrantes. Personas van y vienen preguntando como estoy, pero ninguna parece escuchar. Enfermeras insisten “tiene hambre”, me hacen las mismas preguntas una y otra vez, me ofrecen exámenes genéticos, que si el registro civil, que si las vacunas, que si hay que ponerla al sol. Un sol escondido en unas nubes oscuras como mi estado de ánimo. Primera noche, primer biberón. Al fin duerme tranquila, y nos da una tregua de 5 horas. Al día siguiente un poco de lo mismo. Un baño brusco, pinchazos para Eloísa porque “tu sangre y la de ella son incompatibles”.
Llega la noche, otro biberón, pregunto por la asesora de lactancia, “tienes que pedir una cita y venir”. Mis pezones cada vez más destrozados. Nicolás y mi familia a mi lado, acompañándome de la mejor manera posible, pero creo que nadie puede comprender del todo mi dolor.
Llega la hora de ir a casa. La pediatra pregunta hace cuanto no come, “hace 6 horas después de su ultimo biberón” Cara de alarma, llegan otros dos pediatras, “esto es muy grave” … otro biberón, otros pinchazos más, “la glucosa esta bien, pero en el limite inferior, si no sube se queda hospitalizada porque puede convulsionar y tener daño cerebral, además está amarilla, ¿la ha puesto al sol?”. Al final todo estaba bien, nos dan de alta…
Llegamos a casa al fin, con leche de formula para complementar mientras me baja la leche. Empiezan a aparecer sacaleches de todo tipo, pezoneras, cremas, aguas, hierbas, esencias, libros, asesoras y consejeras. 10 días después baja la leche abundante, mis pezones han sanado, y Eloísa ya no sabe succionar. Miles de intentos más y mis pezones empiezan a agrietarse, ella se frustra y entonces una vez más me rindo… Eloísa, niña de cesárea y biberón.
En este “encuentro con mi propia sombra”, me rindo… veo a Eloísa y veo mi Maestra, con su pequeñez me enseña cosas grandes. Entiendo que nada depende de mi, que hay cosas que van más allá de mi entendimiento que no puedo controlar y que ella ha elegido una manera de nacer distinta a la que yo quería. Con esta elección me enfrenté a mis miedos más profundos, me encontré con mi autoexigencia, mi control, mi mente que se resiste a ceder. En estos momentos quise olvidarme de todo conocimiento, dejar de ser doula y psicóloga, y entregarme a ser madre. Conectarme con mi instinto.
Las lágrimas a veces escapaban a borbotones, las noches largas de desvelo, sintiéndome menos mujer por no poder parir, no poder dar de mamar. Con un cuerpo cansado, cambiado por el paso de la maternidad.
Queriendo ser alguien diferente para Eloísa, para Nicolás.
Ha pasado ya un mes y este viaje intenso ha sido una de las experiencias más importantes de mi vida. Poco a poco voy integrando todo esto y sé que hay una intención más allá de mi entendimiento. Por lo pronto esa parte de mi que muy escondida y casi imperceptible juzgaba a otras madres, se ha derretido. También día a día Eloísa me enseña que lo importante no es la forma. Que es el amor y lo que le transmito cada día lo que ella necesita para vivir este camino que ha elegido. Y que la vida no se puede planear, que nada está escrito y que es la flexibilidad y la adaptabilidad lo que necesito para ser feliz.
En este mi nuevo rol de madre, me redescubro cada día, enfrento mi sombra y la atravieso, desaprendo y aprendo, crezco al lado de estas personas que tanto amor y luz han traído a mi vida.
Por último un pequeño escrito que le hice a Eloísa:
Eloísa, niña hermosa, llegaste con la fuerza de la lluvia, una lluvia
intensa, que arrasa, remueve, inunda, y entonces limpia y devuelve
vida y fertilidad.
Elegiste un camino arduo, contrario a uno amoroso y cálido que
queríamos ofrecerte, y con tu elección fuiste mi maestra, me
enfrentaste a mi más temida sombra, me llevaste a lugares oscuros para
derrotar gigantes monstruos, mientras que con tu paz, tus ojos
brillantes y tu incipiente sonrisa, me iluminabas el camino y me dabas
fuerza para no quedarme en aquellas tenebrosas profundidades.
Con mi heridas aún cicatrizando, unas cuántas lágrimas que se asoman
de vez en cuando, imágenes que dolorosamente me recuerdan lo que no
fue y una mente que insiste en enloquecerme si estoy desprevenida, hoy
te veo Eloísa, y puedo sentir mi alma y mi corazón.
En esta travesía, mis miedos me acompañan, y una angustia inevitable
de saberme frágil, imperfecta, muy humana. A veces con la noche
emergen los fantasmas y tu apacible figura se torna gigante y
aterradora. Las horas son eternas y el dulce sueño de la maternidad
toma un sabor amargo del que no es posible escapar.
Y entonces Eloísa, niña hermosa, tu haces tu magia, y puedo rendirme a
esta vida misteriosa y llenarme con tu olor, con tus ruiditos antes de
despertar, tus sonrisas enigmáticas, tu gritos poderosos, tus ojos
expresivos, tu calma y tu fuerza. Puedo ser libremente mamá. La mejor
que puedo ser. Puedo ser yo.
Eloísa, revolcaste mis esquemas, desafiaste mi mente, trasformaste mi
vida, iluminaste mi corazón.
QUE HERMOSA BEBITA ANA TE FELICITO POR SER TAN HERMOSA SALUDOS!
ResponderEliminarCAROLINA NUÑEZ
...con una valiente mamá y una hermosa familia.
ResponderEliminarLa vida tiene muchas paradas para disfrutarse con amor y coraje.. vamos andando en ella dando lo mejor de nosotras mismas. Un abrazo.
Hola Ana Maria, he llegado a tu experiencia y me ha recordado mi primer parto después de un embarazo largo, un parto que se retrasa, un bebé muy grande, una iducción,un monitoreo,inmovilización, oxitocina, contracciones provocadas, epidural..para acabar en una cesarea urgente en plena noche, todo salió bién y mi niña nació sana y fuerte, mi hija mayor nació como fueron las circunstancias, sentí que yo habia fallado, que me habian robado el parto, me enfrente a todas las sombras sin haber esperado ninguna. Fué muy dura la experiencia, y los primeros meses fuéron dias de supèrvivencia para las dos, ella me enseñó a ser madre. Con una fuerza que saqué de no sé donde porque nadie me ayudó en la lactancia, conseguí darle el pecho, ella también lo tenia claro y se enganchó a mi, la leche tardó cuatro dias en subirme, ella tenia hambre y lloraba, yo tenía dolor y también lloraba, pero la leche subió y pude amamantarla durante un año, mi primer puerperio fue una experiencia muy dura y aprendí mucho de mi, quizas me conocí por primera vez.
ResponderEliminarDespués llegó una segunda hija, un segundo embarazo, en ese momento yo habia aprendido tanto, deseaba tener un parto natural, quería intentar no tener una cesarea, me asesoré en temas de parto vaginal después de una cesarea previa, qué cosas tenía que pedir en mi hospital, protocolos de parto, planes de parto etc,
la fecha de parto se acercaba y mi segunda hija tampoco parecía tener prisa en nacer, pasamos la semana cuarenta, el cansancio aumentaba, me preparé para un parto de alto riesgo por cesarea previa, la niña estaba muy grande, asi que una mañana durante un monitoreo de control, lo entendi, mi pequeña tenía que nacer por cesarea, Yo tenia que fiarme de mi experiencia, que queria? otras dieciocho horas de parto con una segunda cesarea de urgencia? hablé con mi marido, con mi comadrona y ella con el medico que me atendió y estuvimos todos de acuerdo en que era lo mejor para las dos. asi que dos dias después con cita programada, mi hija nació mediante cesárea, en un parto muy bonito pese a no ser natural, tube mucho cariño y comprensión a mi alrededor, y mi hija nació sana y fuerte como su hermana.
Esta vez no sentí que nadie me hubiera robado nada, sentí que había hecho bién, y entendí que esta es la manera que mis hijas habían nacido y yo las había parido. Alzo una lanza en favor de las cesareas, las decididas con antelación, las no esperadas, las obligadas por riesgo, las programadas y las que no sabes porque suceden, todas somos madres, y gracias a la ciencia hemos podido ver nacer a nuestros hijos. Las cesareas son dolorosas, son incomprendidas, son criticadas, y eso unido a la sensación de fracaso de las madres en su función de parir, hacen que casi te avergüences de hablar de tu parto, de tu experiencia, delante de las madres que si pudieron parir por la vagina. asi que animo a todas las mamas que han tenido cesareas!
saludos
me encanto lo q escribiste, hiciste de un momento de angustia,una hermosa felicidad. me animas a seguir tu camino.
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